venerdì 27 aprile 2018



 
El Sitio de Milazzo (1718/19)
Diez meses inacabables. La población de Milazzo presa del terror y el desaliento. Todo empezó en julio de 1718, cuando las tropas de Felipe V - llegadas de España para reconquistar la Sicilia que habían perdido cinco años antes - acamparon a los confines de Milazzo, a lo largo de la ruta de la actual Carretera Estatal 113, entre los municipios de San  Filippo del Mela (distrito de Belvedere) y Merí. La ocupación española de la Sicilia no podía ignorar la conquista de Milazzo, en ese momento una de las plazas más importantes de la isla.
Desde Turín el duque de Saboya Vittorio Amedeo II - Rey de Sicilia desde 1713 - desde hace tiempo había destinado a defender el Castillo y las otras fortificaciones de Milazzo al regimiento piamontés Saluzzo, al que pronto se unieron los aliados, es decir las tropas austriacas del emperador Carlos VI, a su vez apoyadas por la poderosa flota británica del Rey George I.
En los primeros dos meses y medio los Españoles (a través del regimiento de caballería Salamanca y de los Dragones de Lusitania) intentaron interrumpir el suministro de alimentos y municiones a Milazzo, con el fin de reducir la población a la inanición y obligar a la guarnición piamontesa a rendirse. Pero los refuerzos de las tropas austriacas que llegaban de continuo por mar hicieron que la estrategia fallara (llamada “bloqueo de Milazzo”) y así, después de la sangrienta batalla del 15 de octubre de 1718 – en la que prevalecieron las tropas españolas que se habían acercado unas semanas antes para colocar su campamento en el corazón de la Llana, cerca del centro de la ciudad – la población fue atormentada por otros 7  meses interminables, periodo que los tratados militares de aquella época llamaron sitio lento y que consistía en ofensivas continuas de artillería hechas a distancia con morteros y cañones en ambo lados. Los efectos fueron devastadores sobre la ciudad y sus habitantes, sus edificios civiles y religiosos, su economía.
 
  


La ciudad herida: barrios enteros destruidos y economía de rodillas

Fueron incontables las casas y iglesias destruidas por las bombas y los cañonazos de los Españoles. A ellas se agregaron las derribadas por orden de las autoridades militares austriacas: el despiadado general  George Olivier Wallis (1671-1743), para disfrutar de una vista excelente para evitar los ataques de las tropas enemigas, ordenó arrasar barrios enteros del centro de la ciudad, especialmente a lo largo de la actual Via Umberto I.

El mismo general Wallis ordenó la eliminación de los techos, puertas y ventanas de los edificios salvados de la artillería enemiga y las demoliciones ordenadas por él mismo, para asignar la  madera a las trincheras y al resto de obras militares. Abandonó lo que quedaba de estos edificios al saqueo y al vandalismo de sus soldados, que aprovecharon la ausencia de los dueños, que hace mucho tiempo se habían refugiados en las colinas de los alrededores o en Cabo Milazzo para escapar de los horrores de la guerra.
Entre los edificios desmontados por las tropas austriacas recordamos los almacenes de la Atunara de Milazzo, en cuya zona hoy hay una estación de servicio en frente de la antigua estación de tren. Luego fueron ocupados por los Españoles que colocaron una batería de artillería al lado. Esta última y otra colocada por los mismos Españoles en el distrito Árbol extendieron el terror en el Puerto, devastando la iglesia del Carmen, reconstruida justo después del Sitio, como podemos leer en una placa de mármol en latín colocada dentro.
Igualmente devastadores fueron los daños causados a los extensos viñedos que hicieron de Milazzo uno de los lugares vitivinícolas más importantes de Italia. Tanto es así que, cuando el Sitio terminó, los terratenientes que habían regresado a la Llana para examinar sus parcelas tuvieron no pocas dificultades para reconocerlas, desfiguradas por el continuo pisoteo de la infantería y caballería y la excavación de trincheras. Marcello Cirino, conocido noble de Milazzo, se quejó de que sólo en su vasto feudo de S. Basilio que empezaba en el distrito de S. Marina, habían sido destruidas hasta 16 hectáreas de viñedos, con un total de 102.000 vides arrancadas, las que producían cada año 500 hectolitros de vino de corte, aproximadamente una centésima parte de la producción milazzesa, que en ese momento ascendía a 48.000 hectolitros.
 
 
 


Los almacenes de la Atunara de Milazzo desmontados por las tropas austriacas y la batería cercana de cañones españoles.



 
George Olivier Wallis (1671-1743)


 


La ciudad dividida
Cuando empezó el Sitio (octubre de 1718) una gran parte de la población se encontraba en los viñedos de la Llana para cosechar. La agudización del conflicto bélico de repente impidió el tránsito de las personas. Así Milazzo quedó dividida en dos: el centro de la ciudad (rodeado y defendido por muros) y el Cabo permanecieron firmemente bajo el control de las tropas piamontesas y austriacas, mientras que la Llana cayó bajo el dominio de los Españoles, a cuya obediencia también se subyugaron los municipios vecinos.
Mientras que durante los meses del “bloqueo” (julio-septiembre) fue posible desplazarse a pie o a caballo desde el centro de la ciudad hasta la Llana y viceversa, aunque con crecientes limitaciones, desde octubre los tránsitos hacia y desde los suburbios fueron estrictamente prohibidos. Y así familias enteras se encontraron súbitamente divididas: niños arrancados del amor de sus padres, esposas lejos de sus maridos. Para volver a abrazar a sus seres queridos trasferidos a la Llana para la cosecha, los Milazzeses tuvieron que esperar al final del Sitio (mayo de 1719). Algunos de ellos, para  reunirse con su familia, intentaron una huida aventurada por mar, dificultada por la artillería y por el tiroteo de las tropas españolas. Pero no todos tenían el valor para intentar una empresa tan arriesgada.
 
 
 

Trincheras, cestones y fajinas
El Sitio de Milazzo fue una guerra de trincheras. Los Españoles construyeron 2 trincheras tan largas que cerraron la península de un mar a otro. Eran las  dos “líneas de contravalación”, que estaban destinadas a evitar la salida del enemigo del centro de la ciudad. Esa salida que, el 15 de octubre de 1718, en ausencia de contravalaciones, había dado lugar a una sangrienta batalla que costó muchas vidas humanas a las tropas españolas.
Como eran zanjas que se construirían bajo la lluvia de bombas y balas de cañón enemigas, las líneas de contravalación nacieron como zapas (en francés sapes), túneles estrechos hechos por zapadores expertos (sapeurs) que estaban acostumbrados a trabajar bajo fuego enemigo y por esta razón muy bien remunerados.
Para hacer una zapa se necesitaban 4 zapadores. El primero empezaba a excavar resguardado por una especie de pequeño carro llamado mantelet, seguido por otros que gradualmente excavaban la zanja cada vez más profunda.
La tierra excavada era arrojada gradualmente en cestones (gabions) que, colocados uno junto al otro, servían como un parapeto de la zapa. El mantelet protegía al primer excavador del fuego enemigo durante la colocación del cestón vacío. La larga secuencia de cestones, colocados como bordo y parapeto de la trinchera, a su vez era cubierta de fajinas y luego de tierra y piedras.
 
 
 
The Siege of Milazzo: Austrian and Spanish trenches
red trench: first Spanish line of contravallation
yellow trench: second Spanish line of contravallation
light blu trench: Austrian trench
red circles: Spanish guns
orange circles: Spanish mortars
blue line: Massimiliano Regis street
violet line: XX Settembre street
 

 
The process of sapping in the 17th century.
From Vauban, De l’attaque et de la defense des places, 1737

 

La lluvia infernal de los morteros
Entre las armas más terribles del Sitio de Milazzo están los morteros, artillería con un tiro curvo, utilizados para golpear con piedras a los soldados de guardia en las trincheras (por esa razón a menudo estaban cubiertos con tablones) o romper los techos de las casas con bolas de piedra, causando víctimas y terror entre la población de la ciudad sitiada. También fueron utilizados para disparar bombas y granadas.
Se dividían en morteros y trabucchi, dependiendo de la posición de los muñones, como se llamaban los dos brazos colocados en el medio de cada pieza, en los primeros, o en la parte inferior de la recámara, en los segundos. Pero, usualmente, a todos se les denominaba genéricamente “morteros”.
Los morteros se cargaban mediante la inserción de la pólvora al final de la cavidad interna cubierta con tierra y heno bien pisados y colocando la bomba o las piedras sobre ellos. La ignición se producía al insertar polvo muy fino en el pequeño orificio (fogón) que cruzaba el grosor de la parte superior de la pieza. Una varilla que terminaba con un fusible de combustión lenta se colocaba en este  agujero para realizar el tiro.
 
 
 

 




 
 

La flota del Almirante Byng
La reconquista de la Sicilia por el Rey Felipe V de España fue duramente castigada por la derrota que la flota española sufrió en las aguas de Cabo Passero (batalla naval del 11 de agosto de 1718, en el sudeste de Sicilia). Gracias a esa acción la flota británica, que bajo las órdenes del almirante George Byng había capturado las naves militares de Felipe V en Cabo Passero, se convirtió en el dominador absoluto del Mediterráneo, dificultando o impidiendo el suministro de armas y municiones para las tropas españolas de Milazzo y otras fortalezas de la isla. «La perturbación de los barcos británicos es notable», escribía de Milazzo el virrey español marqués de Lede en diciembre de 1718: «es inútil esperar una salida de la flota inglesa del Mediterráneo, ya que el Parlamento de Londres acaba de dar luz verde al soberano».
La presencia en la bahía de Milazzo de las unidades navales inglesas, en particular del buque insignia Barfluer (en el que estaba el almirante Byng), fue una constante durante el Sitio. Además de proteger las costas sicilianas, escoltaban desde Nápoles y Calabria los suministros de alimentos y municiones destinados a las tropas austriacas de Milazzo sus aliadas. Para escapar de la artillería española, apuntada constantemente al Puerto, atracaban a lo largo de las costas del Cabo.
  
 El almirante George Byng

El sitio de los desertores
Aunque condenadas por los reglamentos militares de ambo bandos, las deserciones fueron ampliamente toleradas durante el Sitio de Milazzo. En otoño de 1718 los Españoles alistaron numerosos desertores austriacos  - que huían por falta de pago de salarios - para cubrir las bajas de sus batallones diezmados por muertos y heridos. Aunque el virrey español tuvo cuidado de no establecer compañías formadas solo por desertores, prefiriendo dispersarlos prudentemente entre los diversos regimientos, el uso de desertores era una necesidad para el ejército español, penalizado entre otras cosas por la vigilancia constante de los barcos ingleses que vagaban por el Mediterráneo para evitar la llegada de refuerzos para las tropas enemigas. A falta de estos, los Españoles no tuvieron más remedio que reclutar a los desertores.
Los propios soldados españoles desertaron por razones económicas, padeciendo en abril de 1719 por la captura - por barcos ingleses - de un buque cargado con dinero destinado a sus salarios. La noticia de esta captura llegó a las tropas españolas gracias a las tarjetas de información arrojadas con hondas desde las trincheras enemigas, con el único objetivo de inducir a los soldados del Rey de España a la deserción, a menudo realizada groseramente nadando de un campamento a otro. Aunque no todos pudieron hacerlo: el 19 de abril de 1719 los Milazzeses presenciaron la brutal ejecución de un desertor austriaco apresado por sus camaradas y ahorcado cerca de la iglesia de San José.
 

 

 

 
 

La batalla del 15 de octubre de 1718
Representó el  momento más sangriento del Sitio. Aprovechando la ausencia de una trinchera de protección enemiga (la contravalación que los Españoles habrían construido solo 2 días después), las tropas austriacas y el regimiento Saluzzo abandonaron el centro de la ciudad para atacar el  campamento español en la Llana.
El primer choque tuvo lugar en la posición avanzada española del distrito San Juan (casa de San Juan). A pesar de la enérgica defensa de un centenar de soldados bajo los órdenes del coronel del regimiento de Aragón Manuel de Sada y Antillón y del comandante de las Guardias Reales Valón, conde de Zueveghem, que cayó prisionero en esta acción, los Españoles sucumbieron, allanando el camino a las tropas enemigas que pronto lograron conquistar el centro y la izquierda del campamento español, entre los distritos de Barón y la playa de Oeste (distrito de Casazza), esta última custodiada por la caballería (regimiento Salamanca y dragones Lusitania) y por el  cercano regimiento Milán.
La conquista del campamento español estuvo acompañada de incursiones y saqueos de las tropas imperiales, compuestas por los batallones de infantería Guidobald von Starhemberg, Maximilian von Starhemberg, Lorena, Wallis, Wetzel y Toldo, todos bajo el mando del general George Oliver Wallis, y los dragones a caballo Tige, comandados por el conde Giulio Veterani.
Los robos en el campamento español (destacando la pérdida de una importante cantidad de dinero, pero también armas y municiones) permitieron a los soldados austriacos redondear los escasos salarios pagados y años más tardes fueron descritos por un protagonista de la batalla, Jaime Miguel de Guzmán y Dávalos Spinola, fundador y coronel de los dragones Lusitania.
Favorecidos por estas rapiñas que distrajeron las tropas enemigas, los Españoles pronto recuperaron las posiciones perdidas, haciendo retroceder al enemigo al centro de la ciudad, gracias también a la ayuda del regimiento de caballería Farnese, recién llegado a Milazzo junto con el virrey marqués de Lede, comandante supremo de las tropas de Felipe V en Sicilia. La derrota de la caballería enemiga (los Dragones Tige) fue amplificada por la sensacional captura del general Giulio Veterani, tomado prisionero por un teniente del Farnese, el marqués de Bondad Real. A los órdenes del futuro virrey de Perú, José de Armendáriz y Perurena, se reconquistó la posición avanzada de San Juan, lo que obligó a muchos austriacos a lanzarse en el mar para salvarse.
La derrota imperial - 3.000 soldados muertos o heridos y más de mil prisioneros - costó cara al napolitano Giovanni Carafa, comandante supremo de las tropas austriacas en Milazzo, que pronto fue destituido de su cargo. En un informe enviado a Viena el 16 de octubre de 1718, se justificó refiriéndose al hecho de que tanto la caballería española (dragones Lusitania) como sus (dragones Tige) usaban uniformes amarillos, circunstancia que confundió a los suyos, que el enemigo tomó por sorpresa.
 
Jaime Miguel de Guzmán y Dávalos Spinola, Marques de la Mina 
fundador y coronel de los dragones Lusitania 
 


Marques de la Mina: hoja de servicio
 
 
 
Lusitania, 1769
 

 
 
 Manuel de Sada y Antillón
 
 

El Castillo y la ciudad amurallada en el momento del Sitio
Ya ocupado antes de la guerra por los soldados del regimiento Saluzzo, el Castillo de Milazzo no pudo acomodar también a los aliados austriacos por razones de capacidad, por lo que acamparon entre la iglesia de San Papino y la Cueva de Polyphemus, y también en menor medida en el Cabo. Su comandante, el general Zumjungen, que residió durante mucho tiempo en el convento de Santo Domingo, al pie de la escalera que conduce a la entrada de la ciudadela fortificada o ciudad amurallada, fue la excepción.
La intensificación de la guerra llevó, en cambio, el comandante piamontés Missegla a trasladarse de su residencia habitual  en el Borgo, el Palacio del Gobernador, a la casa de la familia aristocrática Lucifero, situada junto a los muros de las murallas aragonesas. Precisamente Missegla ordenó el desalojo del Duomo para usarlo para el almacenamiento de trigos y sobre todo con la función de hospital militar. También ordenó la evacuación del Monasterio benedictino para usarlo para el almacenamiento de alimentos y  municiones, y trasladó a las monjas al convento del Borgo, adyacente a la iglesia del SS. Salvador, ubicada frente a la otra iglesia (San Cajetan) utilizada provisionalmente como catedral.
En febrero de 1719, debido al alto número de sujetos hospitalizados en el Duomo (había 260) y para prevenir una epidemia (no había higiene y el hedor plagaba a la iglesia), se transfirieron a Calabria 75 pacientes, aquellos que estaban en condiciones de tolerar un viaje por mar. El 25 de marzo de 1719 fue enterrado en el Duomo con una lápida sepulcral el marqués de Andorno, comandante supremo de las tropas piamontesas en Sicilia, que murió por enfermedad justo en Milazzo. Poco después la cocina que servía al hospital militar, instalada bajo la nueva sacristía del 1704, corrió el riesgo de quemar sus preciosos muebles de madera.
El 23 de mayo de 1719 un soldado del regimiento Saluzzo murió trágicamente mientras dormía, cayendo de las murallas de la ciudadela fortificada. Al no poder cerrar los ojos debido a las pulgas que infestaban su cama, decidió alejarse del cuartel donde vivía para dormir al aire libre. Pero la decisión incauta de acostarse en la parte superior de los muros fue fatal.
 
 
1. Cathedral - Duomo antico 
2. Ancient City Hall - Palazzo dei Giurati (Municipio)
3. Benedectine Monastery - Monastero delle Benedettine


 


El código codificado utilizado por las tropas españolas

Para evitar que la información confidencial contenida en la correspondencia de guerra de y para España cayese en manos del enemigo, las autoridades militares españolas adoptaron un código codificado eficaz. Mediante el examen de la correspondencia descifrada del virrey marqués de Lede, enviada de Milazzo en otoño de 1718 y ahora  en el Archivo General de Simancas, fue posible reconstruir gran parte de esta cifra, compuesta principalmente por números  correspondientes a sílabas o a letras del alfabeto. El esquema reproducido aquí enumera los números individuales utilizados, algunos de los cuales no dejan de indicar términos o expresiones de uso común: es el caso, por ejemplo, de “regimiento de artillería” o de “Su Majestad”, que la tabla asocia respectivamente con los números 406 y 713.